
Necesitamos un nuevo modelo humanitario: uno que intente reducir las vulnerabilidades y se construya con una base firme en la capacidad local.
Llueve en el norte de Perú. No tanto como en otras partes del país, pero hay una estación clara de lluvias. Este año fue diferente. Diez veces la cantidad habitual de lluvia cayó durante los primeros meses del año, provocando el peor desastre que haya afectado al país en décadas.
Esto fue el resultado de una anomalía conocida como “El Niño costero”, las fuertes lluvias rebasaron los ríos y causaron deslizamientos de tierra. Muros de barro y agua bajaban por las laderas, tragándose todo en su camino. En algunas áreas, el desastre fue tan devastador que cambió para siempre el paisaje.

Más de 130 personas murieron y más de 1.2 millones quedaron sin hogar o afectadas de alguna manera. En total, el desastre causó más de 3.000 millones de dólares en daños y, según el gobierno, la reconstrucción puede costar el triple.
Mis colegas de la región describen este desastre como algo sin precedentes, algo que nunca antes habían visto en Perú en décadas de experiencia en respuesta a desastres. Pero a pesar de eso, el desastre recibió sólo una atención fugaz de muchos de los medios de comunicación del mundo, y los llamamientos para financiar el alivio y los esfuerzos de recuperación han quedado sin respuesta.

La verdad es que los desastres naturales deben ser una preocupación importante para todos nosotros. En 2016, 445 millones de personas fueron afectadas por inundaciones, tormentas, terremotos y sequías. El Banco Mundial estima que cada año, los desastres empujan a 24 millones de personas — equivalentes a la población combinada de Guatemala y Honduras — a la pobreza.
Entonces, ¿cuál es la respuesta? Más recursos para la respuesta a desastres deben ser parte de la respuesta. Pero eso no es suficiente.
Tenemos que ser mucho más inteligentes en la forma en que utilizamos nuestros recursos. Un sistema que espera un desastre en lugar de hacer lo que puede para prevenir o minimizar su impacto es básicamente inapropiado. Se necesita más inversión y energía para reducir los riesgos y vulnerabilidades que son incrementados y evidenciados por las amenazas naturales. La respuesta puede ser tan simple como reforzar las riberas propensas a las inundaciones, o establecer sistemas de alerta temprana que dan a las comunidades tiempo para prepararse o huir.
Es por eso que la FICR está apoyando el 1BC — una iniciativa global para construir nuevas asociaciones para apoyar comunidades más fuertes y más resilientes. Queremos que los socios y la gente en todas partes se centren tanto en la reducción de la vulnerabilidad el día de mañana mañana como en la respuesta a las necesidades actuales.
Incluso en situaciones en las que no se puede evitar un peligro, podemos intervenir antes y reducir su impacto. Por ejemplo, la Cruz Roja ha estado trabajando con el Gobierno alemán en un enfoque que llamamos “financiamiento basado en pronósticos”. Bajo este enfoque, la financiación humanitaria se entrega sobre la base de predicciones científicas acordadas, tales como información meteorológica. Los fondos se destinan a actividades diseñadas para reducir el riesgo de que una amenaza en particular se convierta en un desastre y para asegurar que las personas estén informadas y listas para actuar, cuando sea necesario. Por lo tanto, en el caso de una situación como la del Perú, podemos esperar desencadenar acciones comunitarias cuando los ríos comienzan a subir, y no una vez que han desbordado sus riberas.

Pero la reforma necesita ir más allá de cuándo y cómo gastamos recursos. También tenemos que cambiar dónde se gastan esos recursos y en quién. En los desastres como el de Perú o Haití tras el huracán Mathew o Colombia después del derrumbe de Mocoa, la ausencia de apoyo internacional no significó que la gente se quedara sin hacer nada. En cada crisis, los agentes locales — incluyendo la Cruz Roja local — se precipitaron a la escena. Esto es cierto para cualquier emergencia de cualquier tipo en cualquier parte del mundo. El primero en responder es siempre un vecino, o una organización local.
A pesar de ello, el modelo humanitario global sigue inclinándose demasiado hacia una respuesta internacional. Muy pocos fondos se canalizan directamente a las organizaciones locales para que ellos utilicen como ellos consideren apropiado. ¿No sería más barato y más eficaz invertir en los actores que ya están allí?
Una mayor capacidad humanitaria local garantizará una respuesta humanitaria más eficiente y rentable. Pero lo que es más importante, actores humanitarios locales fuertes, en virtud de su presencia permanente, pueden ayudar a las comunidades a hacer frente a sus vulnerabilidades, reducir los riesgos que enfrentan y ser más resistentes a las amenazas futuras.
Elhadj As Sy es Secretario General de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja quien dirige la delegación de la Cruz Roja en la Quinta Plataforma Global sobre Reducción del Riesgo de Desastres en Cancún, México.