
Setecientas personas mueren en un accidente de aviación. Setecientas víctimas mortales en un ataque terrorista. Cientos de vidas perdidas al derrumbarse un edificio.
Ante cada uno de estos sucesos el mundo se detendría, tal vez unas pocas horas, quizás durante algunos días. Se les dedicaría decenas de miles de palabras y cientos de horas en los medios de comunicación, librados a análisis, cuestionamientos y reflexiones. Surgirían titulares turbadores e inspiradores que trascenderían los comentarios cotidianos.
Recuerdo que la portada de Le Monde, al día siguiente de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, rezaba “Nous sommes tous Américains” — todos somos estadounidenses. Estas palabras en un reflejo de angustia y dolor colectivos, apelaban a lo mejor de cada ser humano, a su sentido de humanidad compartida.

La semana pasada, más de setecientas personas pudieran haber perecido ahogadas frente a la costa meridional de Italia sin que ese suceso perturbara el sueño de nadie. Naufragaron tres embarcaciones, con toda probabilidad peligrosamente sobrecargadas y casi seguramente carentes de equipos de seguridad. Cientos de existencias cesaron en medio del miedo y el terror.
Cabe preguntarse dónde ha quedado el clamor de titulares horrorizados y los subsiguientes días u horas de reflexión. Más de setecientas personas fallecieron a vuelo de pájaro de las costas europeas, sin que apenas hicieran mella en la conciencia pública.
El año pasado, tragedias similares suscitaron algún revuelo, pero incluso entonces se observó una terrible indiferencia ante el triste destino de quienes perseguían la esperanza, la dignidad y la seguridad. La Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja exhortó que se pusiera fin a esa indiferencia y se recordara que los migrantes tienen derechos, entre otros, el derecho al respeto y a recibir atención.
Sin embargo, cada nueva tragedia en el mar parecería profundizar y consolidar es indiferencia.

Es inaceptable. A medida que mejoren las condiciones meteorológicas y se calme el Mediterráneo cabe prever un repunte en las cifras de personas que buscan refugio en Europa. Como cabía prever los esfuerzos por cerrar antiguas rutas, suscitaron la búsqueda de nuevas vías de acceso; así el trayecto por la zona central de la región del Mediterráneo, entre Libia e Italia, vuelve a estar muy frecuentado.
Es urgente resolver esta cuestión, y en cualquier solución genuina se deberá abordar los factores que impulsan a las personas a tomar la difícil decisión de abandonar sus hogares. No se trata de una decisión que se adopte a la ligera, sino de una decisión dictada por condiciones de inseguridad prevalentes o ante la pérdida de toda esperanza.
Mientras reine la guerra en Siria, conflictos en Iraq y Afganistán, y la pobreza y las persecuciones en otros lugares del mundo, habrá quienes persistan en abandonar sus hogares en búsqueda de una vida mejor y más segura, y así será mientras no cambien los factores que les impelen a hacerlo. Si no pueden llegar a Europa, buscarán otros destinos, o se quedarán en países como Turquía, Jordania o Líbano, que en los últimos cinco años han mostrado solidaridad y hospitalidad. Podrían incluso quedar atrapados en lugares donde no sea posible la atención de sus necesidades básicas o la protección de sus derechos.

Reiteramos nuestra exhortación, nuestra súplica, a todos los gobiernos e instituciones para que velen por la protección de los migrantes, y a todas las personas para que reconozcan el derecho de estos a una vida digna y segura. Apelamos a los medios de comunicación y demás cauces de opinión a que replanteen el diálogo en torno a la migración y se reconozca la verdadera dimensión de esta tragedia humanitaria.
Exhortamos a las autoridades a que favorezcan la seguridad de los migrantes en su jornada migratoria, mediante la ampliación de los cauces jurídicos y de las operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo, así como mediante el establecimiento de sistemas más diligentes y justos para la tramitación de las solicitudes de asilo en los puntos de llegada. Exhortamos a todos los asociados a lo largo de las principales rutas de migración a que atiendan a las vulnerabilidades inherentes a la migración irregular y promuevan la sensibilización respecto de los derechos de los migrantes. Exhortamos a las autoridades de los países europeos y de la región del Mediterráneo a que colaboren con los agentes locales presentes en los puntos de partida, incluidas las Sociedades Nacionales de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, para que puedan apoyar a las personas que escojan retornar a su país.
Por nuestra parte, y en la medida de nuestras capacidades, perseveraremos en el empeño de prestar asistencia a quienes necesiten nuestra ayuda. Facilitaremos servicios de primeros auxilios a quienes desembarquen o recalen en las costas. Les brindaremos atención y apoyo, tratándolos con respeto y dignidad. Además, les acompañaremos a lo largo del camino, desde el instante en que decidan huir, hasta el momento en que, ojalá, hallen la paz y la seguridad.
Colaboraremos con nuestros asociados, en dónde se nos necesite. Las decenas de miles de voluntarios de las organizaciones de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja persistirán en su labor de esperanza, y antídoto contra la rampante indiferencia.
Y portaremos el duelo de quienes han muerto, pues es lo mínimo que cabe hacer por cualquier ser humano.
Todos somos sirios, todos somos afganos, todos somos somalíes, paquistaníes, nigerianos. Todos somos migrantes.
